Aviso a navegantes: Es posible que a lo largo de la entrada use o haga referencia a términos pertenecientes a la jerga náutica. Es por eso que añadiré al final un pequeño glosario para que podáis entenderlo bien y quizás os sintáis un poco más marineros al terminar de leer.
Si lo leéis todo, claro, porque os aviso de que no os espera una entrada breve.
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Lo que os escribo aquí no es una travesía de aires épicos, o un cantar lleno de proezas y milagros. Es algo más personal, con los detalles que han hecho de la travesía una experiencia única. Todos los que me conocéis o al menos habéis oído hablar de mí sabéis que mi corazón está en el mar, y que una vez me dáis cuerda, no hay otro tema de conversación que me entusiasme tanto. Así pues, puede que mi relato resulte a veces romántico, pero no concibo mis sentimientos de otro modo.
Diciembre, Barcelona. Mi compañera Marta nos avisa a mí y al resto de compañeros de ArqueoThalassa de la posibilidad de poder participar en la travesía Puerto Santa María - Barcelona que se realizaba en Enero a bordo de la Nao Victoria. Conocíamos la Nao de años anteriores, ya que la habíamos visitado durante su estancia en la ciudad condal. Confirmé (confieso que nerviosa) y en menos de un mes me encontraba en el Aeropuerto de Barcelona a las 7 de la mañana esperando mi vuelo a Sevilla. Así, fue un día empezando de Barcelona al Aeropuerto en coche (una vez más, gracias por el detalle Joan <3), de Barcelona a Sevilla en avión, de Sevilla a Puerto Santa María en tren, y de la estación al puerto nos vinieron a recoger en coche.
Los primeros minutos fue reconocimiento del barco, situarse en el espacio, recordar donde estaba cada cosa y, obviamente, las presentaciones. Aquí debo decir que la travesía no habría sido tan positiva de no haber compartido barco con la que fue la tripulación que me encontré. En general el ambiente siempre fue agradable, algo de agradecer en un grupo con quien convives 24h al día, ¿verdad? De todos modos, al poco de llegar ya empecé en las tareas de mantenimiento, y así se siguió hasta que zarpamos dos días después.
El barco es una réplica de la Nao Victoria original, del año 1519 y la primera en dar la vuelta al mundo (primero comandada por Magallanes y después por Juan Sebastián Elcano). Está construida siguiendo los mismos patrones, y el mantenimiento se realiza igualmente como antaño: a mano. De éste modo he tenido que decir adiós a dos de mis pantalones favoritos, puesto que ahora lucen un lustroso estampado "negro nao" a causa de las horas pasadas a brocha y pintura.
Día 10 de Enero, aproximadamente las 5 de la tarde, zarpamos de Puerto Sherry saliendo al Océano Atlántico. En proa, nos despide una puesta de sol preciosa que muchos miramos embobados y con los ojos llenos de ilusión. El mar está tranquilo y la brisa, aunque fría, no resulta incómoda. Por la noche se explicó el mecanismo de guardias a bordo: habrían tres guardias, compuestas por cuatro personas cada una, que cumplirían un horario de trabajo de cuatro horas; quedando una de 4 a 8, otra de 8 a 12, y la mía, de 12 a 4. El horario se aplicaba tanto de día como de noche, y era de necesidad ya que el barco se gobierna con el timón de antaño, precisando constantemente de alguien que mantenga el rumbo sosteniendo el pinzote. Tras la cena y algo de descanso, llega mi primera guardia nocturna. Y con ella, creo que la experiencia a bordo que más voy a recordar. El pinzote, si se lleva mucho rato resulta cansado, ya que se emplea todo el cuerpo para moverlo. Es por eso que durante la guardia se va turnando para que los compañeros descansen, y éso solo significaba que iba a tener que aprender rápido o el buque no llegaba a Barcelona.
Día 10 de Enero, aproximadamente las 5 de la tarde, zarpamos de Puerto Sherry saliendo al Océano Atlántico. En proa, nos despide una puesta de sol preciosa que muchos miramos embobados y con los ojos llenos de ilusión. El mar está tranquilo y la brisa, aunque fría, no resulta incómoda. Por la noche se explicó el mecanismo de guardias a bordo: habrían tres guardias, compuestas por cuatro personas cada una, que cumplirían un horario de trabajo de cuatro horas; quedando una de 4 a 8, otra de 8 a 12, y la mía, de 12 a 4. El horario se aplicaba tanto de día como de noche, y era de necesidad ya que el barco se gobierna con el timón de antaño, precisando constantemente de alguien que mantenga el rumbo sosteniendo el pinzote. Tras la cena y algo de descanso, llega mi primera guardia nocturna. Y con ella, creo que la experiencia a bordo que más voy a recordar. El pinzote, si se lleva mucho rato resulta cansado, ya que se emplea todo el cuerpo para moverlo. Es por eso que durante la guardia se va turnando para que los compañeros descansen, y éso solo significaba que iba a tener que aprender rápido o el buque no llegaba a Barcelona.
La noche era más perfecta de lo que habría podido pedir. El cielo, despejado, permitía a cada una de las estrellas del firmamento brillar a su antojo cuanto quisieran; la luna, menguante, resplandecía plateada y calmada, reflejándose en el mar; el oleaje era suave, cuasi meciendo el barco para simplemente no olvidar que estaba en el mar; y el aire, frío, llegaba al rostro en un viento tranquilo. Yo estaba de pie, con mis manos en el timón y los ojos inquietos. A la altura de mis rodillas la brújula iluminada por una cómoda luz rojiza para poder leerla en la noche; por delante toda la Nao moviéndose en la oscuridad; y, en lo alto, la luna y las estrellas. Y así navegué. Por el océano, siguiendo el rumbo con la brújula y la luna, que me guiaba el camino en proa. A babor, se veía la península; a estribor, África. Y yo en medio, navegando en silencio, acompañada por el arrullo de las olas y el crujir del barco.
Os avisé que podría resultar romántica a veces, y estad seguros que me contengo para no resultar empalagosa. Con suerte, os lo habréis imaginado como os he descrito, y conseguiréis delante de vuestras pantallas sentir algo parecido a lo que sentí en ése momento. En éste punto, también necesito dar gracias a mi jefa de guardia, Marisa, por la paciencia que tuvo ante mis centenares de preguntas y su atención, aconsejándome e indicándome al timón
La noche fue única, y en el relevo dejamos la Nao justo frente a las Columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar hoy en día). Como os he dicho, mi guardia era de 12 a 4, de modo que por las mañanas podía dormir hasta una hora razonable. Solía despertarme sobre las 9 o las 10 para poder disfrutar un poco de la travesía durante el día y no caer en la tentativa de pasar los ratos libres descansando. Fue en un rato así que pude vislumbrar delfines salvajes, primero a estribor y luego en proa, donde jugaron durante unos momentos y pude ver su tamaño, ¡eran enormes!
La capitana nos comunicó que ésa tarde nos refugiaríamos en el puerto de Málaga ya que la previsión alertaba de mal tiempo. Confieso que era divertido ver a la gente apelotonada en los muelles, fotografiando y observando cómo la figura azabache entraba silenciosa y atracaba. ¡Málaga! Oportunidad de oro para una ducha de agua caliente en el puerto y una guardia nocturna tranquila, atendiendo a los curiosos que se acercaban y con vistas a la Alcazaba y al Castillo de Gibralfaro. Al día siguiente, durante toda la mañana hicimos trabajo de mantenimiento hasta que zarpamos hacia las 12 del mediodía. Al salir a mar abierto el agua estaba tan agitaba que marearse no era difícil, y no se calmaron las olas hasta entrada la noche.
Y así se sucedieron los días, durmiendo mecida por el vaivén de la Nao, disfrutando de los ratos libres en cubierta y trabajando en el mantenimiento del barco. ¿Cosas como qué? Como pintar... ¡por fuera del barco! Vale, sí, sostenida por un arnés. Ŷ la experiencia fue genial, aunque en ella dije adiós a mis pantalones tan queridos, que de azules pasaron a negros, Pero aun así recuerdo haber tenido un traspiés que un sobresalto sí me dio. Y a parte de pintar, ¿qué mas...? Picar óxido, claro. Hay partes del barco que son metálicas, como la verga. La capitana me mandó a la PUNTA de la verga, en plena travesía, a picar. ¿He dicho punta? Sí, punta. Vale, otra vez con arnés, pero a primeras no me hizo ninguna gracia ir hasta allí... pero ya reza el dicho: Donde manda capitán, no habla marinero. Una vez allí y me acomodé como pude ya me sentí más tranquila... y me sentí orgullosa de haberlo hecho sin acobardarme, mira. Ya sabéis, ésos pequeños triunfos que sientes tuyos, para otros una anécdota y para tí un obstáculo que has logrado superar.
En fin, fuimos navegando, avanzando hacia Barcelona. Pude ver también un pez luna, en superficie, que con su aleta dorsal parecía saludarnos entre las olas. Por la noche, Marisa y Jony, compañero de guardia, me enseñaron también cómo el plancton relucía por la noche, con destellos de luz en el agua.
El último día antes de llegar se desplegó la vela del trinquete (¡por poco no se despliega la mayor!) y aprovechando el viento de popa se aumentó la velocidad.
Ésa noche fue la peor, sin duda. No pude descansar nada en mi catre puesto que el barco se movía muchísimo a causa de las olas que venían de sur y unas más grandes de sur-este, si no recuerdo mal. En resumen, no dormí ni descansé nada hasta las 12 de la noche, donde la guardia fue más complicada de lo normal a causa del oleaje. El pinzote se resistía fuertemente y a veces daba bandazos de boxeador. Incluso la guardia entera debía vestir arneses de seguridad y estar atados a algún cabo para evitar caer por la borda si se daba la fatídica oportunidad. A las 4 me retiré de nuevo al catre puesto era peligroso rondar por cubierta, pero por supuesto no dormí y a las 8 avisaron de la llegada a Barcelona. Mentiría si dijese que prefería llegar por la tarde, triunfal, con el Port Vell a rebosar de gente asombrada, pero de todos modos fue divertido ver a los oficinistas del World Trade Center apelotonarse en los balcones y los ventanales de las oficinas para fotografiarnos.
Finalmente la Nao Victoria atracó, dando la travesía por concluida. Una semana de navegación y muchas horas sin dormir. Con permiso volví a mi casa por la noche, donde amé cada simple comodidad del hogar.
Me he dejado muchos, muchos detalles a lo largo de ésta no breve entrada, pero si os interesan, sólo tenéis que proponer hora y dia para encontrarnos y escuchar el resto de anécdotas que guardo. Me quedo con varias reflexiones, en especial, no tener miedo al mar si no respeto, y las muchas aptitudes que son necesarias para ser de mar, algunas fruto de la experiencia y otras de cuna.
No debo finalizar la entrada sin antes agradecer a la tripulación con la que tuve el placer y honor de navegar. A la capitana Rosario; el contramaestre Guti; y toda una jauría de los lobos de mar que conocí como marineros llamados Álvaro, Esther, Iker, Isra, Nano, Paco, Sole, en especial a mi guardia con Jony, Roger y mi jefa, Marisa. Y a Marta, con quien inicié y finalicé otra de muchas aventuras que vamos acumulando con los años. La experiencia no habría sido ni de lejos tan fantástica de no haber compartido risas, charlas y ratos con gente tan divertida e interesante. Voluntarios, si me leéis, os digo: ¡sois unos máquinas!
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Orientación a bordo de un barco:
Proa = Parte delantera / Popa = Parte trasera / Babor = Izquierdo / Estribor = Derecha
Catre: entendámonos, la cama.
Pinzote: es una gran palanca de madera que se encajaba en la cabeza del timón y sirve para moverlo, governando así la nave.
Trinquete: palo de proa, en las embarcaciones que tienen más de uno.
Trinquete: palo de proa, en las embarcaciones que tienen más de uno.
Verga: es la percha perpendicular al mástil donde se aseguran las velas.
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En fin, os dejo con un pequeño resumen fotográfico de mis ratos libres a bordo de la Nao Para cualquier otra cosa, ya sabéis donde encontrarme :)
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